martes, 6 de abril de 2010

APOLOGÍA A LAS HERIDAS DE GUERRA


El cuerpo merece sentirse vivo. La vitalidad, el paso del tiempo, la vida en sí misma se expresa en las cicatrices que nos deja la experiencia, heridas visibles ante los vientos venideros. Como Octavio Paz que se busca en los otros, “esos otros que me dan plena existencia”, debemos dejarnos mirar, dejarnos tocar, dejar que el tiempo nos susurre al odio y nos diga que no somos incorruptibles, que somos de carne y hueso, de tinta y papel. Que somos de hielo y nos derretimos al beso del sol, que somos lo que sea, pero que somos al fin y al cabo.

Sólo existimos si nos han tocado las fibras más profundas, si el amor nos ha hecho estremecer, si hemos llorado con la partida de un amigo y si hemos reído hasta reventar. Existimos en la medida en que vivimos, y la vida deja huella. Cicatrices en el corazón, arrugas alrededor de los labios de tanto besar y alrededor de los ojos de tanto mirar. Si las manos tienen callos es porque han trabajado duro, porque han criado con esmero criaturas que sortearán los tiempos; si los pies descalzos no son dóciles al tacto, no son de porcelana, es porque han sido tantos los caminos recorridos, que los horizontes visitados se diluyen en la memoria. Vale la pena olvidar por un rato el tiempo y pensar que no existe más ahora que este que brilla tras tus ojos y ese que se marca en tu cuello tras un beso.

Discúlpame si ahora existes en esta cicatriz.